Una especie de pérdida constante del nivel normal de la realidad.


El Pesa-nervios, Antonin Artaud


jueves, 11 de junio de 2009

TODA LA NOCHE EN SILENCIO

Las fuentes del calor y el silencio son las mismas: la gravedad, golpeando cada vez más fuertemente los ojos de un pantera despreocupada. Las garras juegan en el aire a romper hilos de marionetas salvajes, que resuellan con ruidos muy extraños, como si un caballo atravesara las fronteras del sueño y galopara en el tejado de una catedral gótica.

Recuerdo que esta mañana me levanté y tenía los ojos rojos por el trabajo realizado de madrugada; toda la noche en silencio, esperando que la gota de miel que me surcaba la cara llegara por fin a los labios. Pero también hay crueldad en el misterio, y no hace falta despertar para saber que todo es quimérico, una vez más un engaño del inconsciente, que utiliza mi voz y mi cuerpo para su oscura voluntad de triunfo.

Es más tarde de lo habitual; me revuelvo en la cama y busco una espalda dibujada en la pared con las sombras de la pintura blanca, y los párpados se me van acostumbrando a la sombra, dejan que ésta penetre hasta el nervio, y, una vez allí, le dan el nombre de experiencia mística, o de escombro, y a mí sólo me queda tirarme por las escaleras para comprobar qué es el pánico en el sentido festivo.

Pánico: una rueda, un collar de perlas que atraviesa una mariposa de colores mientras la nube rosa cambia de posición y agrupa las lágrimas en lanzas de espuma, que se revuelven en la seda.
Un espejo escondido en un bosque donde sólo crecen raíces, y la hojarasca es comestible y sabe a sal y a cera.

He escrito que el día era una manada de lobos en tus brazos y me he acostado para esperarla, y antes de apoyar la cabeza en la almohada una mirada inocente y abierta se me ha clavado en el cuello como el colmillo que asfixia a la presa mientras la arrastra por entre los matorrales secos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El último párrafo es bestial (de bestias), uno acaba desbordado, impuesto, violado sin decir que no.

Abrazos Federico.

FEDERICO OCAÑA dijo...

Gracias, esa era la maligna intención del último párrafo.

Abrazos