Una especie de pérdida constante del nivel normal de la realidad.


El Pesa-nervios, Antonin Artaud


domingo, 14 de junio de 2009

SELVA ESPIRITUAL

Caen granadas desde cinco mil metros de altura, las casas quedan sepultadas, los palacios pierden sus lámparas de cristal y los coches se paran misteriosamente cuando llevan sólo tres kilómetros recorridos.
Nadie se levanta para ayudar a los demás, todo es rendición y condena. Las orejas de los perros los delatan; se comieron la grasa de la sartén y ahora sufren de malaria y sida en estado avanzado.
Es una trampa mortal y un salto mortal, una trampa para esquizoides y androides, para esquimales esclerófilos que lamen la máquina de torturas antes de aplicarla sobre la cabeza de un búho común. La hija de la Reina de la Noche ya balbucea, y sus primeras palabras han sido:

"Trauma desacelerado como las alas de un halcón huesudo. Quiero ir al norte, para que las estrellas luzcan con fuerza y se choquen con un hilo de tela de araña. Mírame a los ojos y dime qué ves: un cesto con frutas salpicadas de pergamino líquido aplicable sobre superficies calientes que se ingiere por vía oral. Lo sabía, los pies de las estatuas saben a terrón de azúcar y las golondrinas planean el atraco a un banco abandonado en un pueblo fantasma. Trauma desacelerado como las garras de una sandía enferma; incluso hay quien extiende el rumor de que el hechizo durará más allá del día de su muerte, porque las señales rústicas en el alféizar dejan claro un cambio de ritmo en el ciclo lunar. En los ojos de la vanguardia de guerra se huele el aliento de las ardillas que vociferan con ácido sulfúrico entre los dientes. Allí, aunque las muestras de sangre son correctas, no queda esperanza para los inocentes en el juego de nunca acabar con un vestido de rayas granates y azufre para el espíritu de los bosques. Mi barco de día levita para que no le encuentren con la mujer de otro.
Entre los dos grupos de dogos, prefiero el que parpadea con la fiebre del oro y la plata del moro. Organización delictiva precisa de instrumento musical salvaje como una espina en el zapato que se preste a ser condenado a muerte ante un jurado popular en una mesa de vidrio con una botella de quitapenas."
Y así fue como partí en dos el mundo de las hormigas y me convertí en lo que no soy para desgracia del fuego eterno en que me consumiré si alguna ocarina no viene a rescatarme antes de tiempo, porque la hora ha llegado y el pan se ha acabado y los zapatos se han roto, y el agua se ha estancado, y los revólveres se han disparado, y las escobas han desaparecido, y los urogallos se han extinguido -de una vez por todas. Soy feliz, después de comer una tortilla con alcachofas y termitas avícolas de nitrógeno descompuesto o deconstruido en ruinas de azafrán y por supuesto las muelas y las abuelas.

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