Las manoplas del sonido son como las babas del diablo, aunque parezcan inofensivas sus mordeduras son mortales, sobre todo si el herido es enigmático y surrealista, y su boca está abierta como si quisiera que le sacaran el pulmón derecho por la boca -así lo hacen los sacerdotes aztecas en las ceremonias oficiales dedicadas al culto pagano y místico dedicado al sol, o a cualquier otra divinidad de las que pueblan el mundo.
Con su cara de sonido poco molesto, sin saber muy bien por qué tararea una canción y no otra, recorre las estaciones en que no hay trenes útiles para desguazar cristales malolientes mientras la melodía de una opereta vienesa de principios del siglo pasado invita a bailar el vals que nace en la cítara.
Los diamantes pulidos imponen su dureza impecable, y dejan que los contemplemos con ojos de gato encaramado a la copa de un árbol. Sin más, el gato se lanza a nuestro cuello, y sus garras arrastran la piel y las venas hacia abajo, para que entendamos por fin la tierra, el suelo firme del que intentamos huir constantemente.
También nos muerde, porque sabe nuestros crímenes más horribles, y no los puede devolver sino con sus dientes despiertos.
Por eso, yo hago de mi vida un collar de diamantes de dureza falsa, y recojo los gatos de los árboles, y me arrastro por las estaciones del tren, y sueño encima de los cristales las babas del caracol que avanza por el sonido, y me pongo las manoplas para no sentir calor en los bailes de principios de siglo, y me hiero, y sangro.
Con su cara de sonido poco molesto, sin saber muy bien por qué tararea una canción y no otra, recorre las estaciones en que no hay trenes útiles para desguazar cristales malolientes mientras la melodía de una opereta vienesa de principios del siglo pasado invita a bailar el vals que nace en la cítara.
Los diamantes pulidos imponen su dureza impecable, y dejan que los contemplemos con ojos de gato encaramado a la copa de un árbol. Sin más, el gato se lanza a nuestro cuello, y sus garras arrastran la piel y las venas hacia abajo, para que entendamos por fin la tierra, el suelo firme del que intentamos huir constantemente.
También nos muerde, porque sabe nuestros crímenes más horribles, y no los puede devolver sino con sus dientes despiertos.
Por eso, yo hago de mi vida un collar de diamantes de dureza falsa, y recojo los gatos de los árboles, y me arrastro por las estaciones del tren, y sueño encima de los cristales las babas del caracol que avanza por el sonido, y me pongo las manoplas para no sentir calor en los bailes de principios de siglo, y me hiero, y sangro.
1 comentario:
Soy Jimmy Joe.
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